FASES DEL PROCESO EDUCATIVO
Lilian Arellano Rodríguez
Desde la perspectiva de una pedagogía educativa que tiene presente a la persona humana como un todo indivisible, podemos distinguir fases que siempre involucran ese todo y trabaja colaborativamente con los demás, en una convivencia en paz. Así, el pedagogo debe saber crear situaciones educativas, que impulsen integralmente el proceso educativo, en sus distintos aspectos:
Primera fase: Preparación para vivir el encuentro
Causa de muchos desvíos de la
existencia y despersonalización de la misma, es la carencia de un sentido por
el cual vivir. Deambulando por la vida,
sin una dirección, sin un proyecto de ser, actuamos reactivamente. El
desinterés, desgano, acidia, aburrimiento van disminuyendo cada vez más las
energías que necesita toda persona para configurar un modo de ser que enfrente
los retos u obstáculos que le presentará la vida y los propios errores que
debemos salvar para realizarnos. Sin
energías, sin creatividad, sin un para qué vivir, no estaremos en condiciones
de fundar ámbitos de fecundidad necesarios para crear el ambiente educativo y
el encuentro pedagógico.
Mis decisiones trascienden mi
ser; mis errores o aciertos no sólo me afectan a mí sino a otros; no soy un ser
aislado, cerrado, sino abierto y actuando sobre otros seres. Es más, dada la
naturaleza de nuestra realidad, descubriremos más tarde o más temprano, que
sólo nos realizamos en el encuentro. Sin desarrollar la capacidad de encuentro,
no seremos capaces de atender a la verdad de la realidad, ni descubrir la
belleza natural como tampoco recrear la belleza de la obra de arte y valorar al
artista, tampoco tendremos la fuerza de ser para actuar correctamente, a pesar
de los obstáculos, ni la sensibilidad para amar al semejante… Si queremos enseñar
las ciencias, las artes, las tecnologías, la naturaleza y el ser humano, lo
trascendente, debemos aprender a crear ámbitos de convivencia fecundos; por
ello, educar para el encuentro debe ser uno de los propósitos centrales de todo
quehacer formativo.
Educar la capacidad de encontrarse, requiere
enseñar, es decir, ocasionar situaciones que permitan:
A.- Distinguir entre objetos y ámbitos: Si trato las realidades ambitales y las
cosas u objetos del mismo modo, confundido, valoraré lo que es útil y despreciaré
o rebajaré la dignidad de lo valioso. Las cosas son asibles, utilizables,
canjeables, a-personales, tienen precio; las realidades ambitales, en cuanto
personales, deben requieren ser acogidas, valoradas como tales. Un objeto –un
piano- puede ser elevado a realidad ambital, en la medida que la persona lo
“habita”: esa interpretación musical que extraigo de “mi piano”, ese regalo que
representa un momento único de mi vida, nuestro hogar…, nuestra Universidad…
B.- Distinguir hecho de acontecimiento: Un hecho es un dato observable, medible,
encasillable en un espacio y tiempo. Un acontecimiento es un algo que nos
acontece, que nos impacta, que conmueve nuestro ser, que no nos deja
indiferentes, sino conforma la historia de nuestra existencia. Para captar la
diferencia entre hecho y acontecimiento, debo captar su sentido. Para algunos, entrar a la Universidad puede
ser un hecho; para otros, un acontecimiento…
C.- Distinguir significado de sentido: El significado lo da la comprensión
abstracta de los conceptos. El significado lo encuentro en un diccionario. Así,
si sé lo que significan los conceptos “mi”, “padre”, “muerte”; es claro que
tendré claro el significado de la frase “murió mi padre”; pero no el sentido
tan distinto que tiene esa misma frase dicha en dos personas cuyas vidas han
sido entretejidas de muy diversa forma según él sentido que ha alcanzado en
ellas la presencia de su padre...
D.- Distinguir entre producto y obra: Un poeta no produce o hace poemas; los
crea. Los productos pueden reproducirse en forma automática. Un producto
requiere sólo de la técnica que requiere su producción. Cada creación, en
cambio, es única; expresa un momento
único de un ser también único; lo expresa; lo extiende en el tiempo… El poema “Éramos los elegidos del sol” de
Huidobro, surgió en un momento irrepetible y es, por lo mismo, irrepetible”
La creación
transfigura la realidad en un sentido de belleza, intimidad o religiosidad: el
palo de escoba para el niño se transforma en su caballo; la casa humilde en una
morada –hogar; el pañuelo en un símbolo de amor…
Segunda fase: Recreación y encuentro
Es posible crear
formas de unidad profundas y fecundas que no implican un apoderamiento o uso de
la realidad o de las creaciones realizadas por otros; sino por el contrario,
requieren de nuestra actitud de respeto, entendimiento creativo y no por ello
manipulación o lejanía. Refiriéndose a esto, Alfonso López Quintás dice: “Una vez vivida esta experiencia,
verás con toda nitidez que la libertad y los cauces normativos se complementan
cuando se vive de forma creativa; no se oponen”. (“Cómo lograr una formación
integral”. Ed. San Pablo. Madrid 1996; Pág. 46).
Respeto e inspiración se unen cuando vivimos
desde y hacia lo profundo, lo valioso, lo fecundo...cuando somos capaces de
abrir nuestro entendimiento, nuestro “corazón” para otra realidad que me
solicita o inspira… Para acoger una obra o una realidad ambital, debo
re-crearla, vivenciarla, interpretarla, hacerla íntima hasta que reviva en mí.
La obra renace gracias a mí y a su vez me potencia, inspira, realiza. Es una
experiencia reversible: “voy en busca de una obra y la configuro en virtud del
impulso que ella misma me otorga”. Esta experiencia es requisito para existir
en plenitud los ámbitos personales: amorosos, artísticos, científicos, éticos,
religiosos, etc. Se trata de ser capaz de llevar a cabo la experiencia de
encuentro: experiencia reversible que se das entre seres personales; entreveración
de almas; diálogo. El encuentro me apela, me suscita, me inspira…voy al
encuentro no bajo el esquema dices-efectúo o actúas-padezco sino
co-participamos, co-creamos, nos invitamos, hacemos nuestro, colaboramos. Por
ello el encuentro requiere de amabilidad versus violencia, confianza versus
temor; valoración versus abuso.
La finalidad educativa, o en lenguaje de moda
“competencia” de todo educador, debe ser “enseñar a fundar ámbitos fecundos de
recreación y encuentro. A lo largo de la vida descubriremos que cada realidad
(nosotros mismos) no somos cosas sino ámbitos, posibilidades que se abren y
ofrecen una riqueza insondable de posibilidades a la mirada inspirada.
Tercera fase: Aprender a usar el lenguaje en toda
su fecundidad
El lenguaje no es
sólo un medio para comunicar algo; tampoco encontramos en esta función su mayor
energía ni su fuerza formativa.
El lenguaje crea ámbitos: Ámbitos de
belleza, de acogida, de bondad, de religiosidad. Por lo mismo, un lenguaje
impulsado por el odio o por el afán manipulador se autodestruye porque anula
toda posibilidad de encuentro. De ahí el cuidado con el uso de los llamados
“términos talismanes” o “esquemas dilemáticos” que prejuzgan en la medida que
están vacíos de significado y sentido; buscando el poder y para ello escisiones
arbitrarias, simplificaciones falsas en una mirada superficial de la realidad.
La creación de ámbitos, la elevación de objetos a ámbitos, no es posible si se
carece de la capacidad de integrar vertientes diversas de la realidad: libertad
y compromiso, sacrificio y felicidad, intimidad y expresión, dignidad y
servicio; son algunos ejemplos de la unidad de diversos en lo profundo.
La palabra, la
imagen y el silencio son vehículos expresivos del encuentro: Es cierto que cada
palabra tiene un significado que debemos conocer pero ese significado debe ser
fecundado por nuestras vivencias de encuentro, de tal modo que “den cuerpo” a
las realidades ambitales, permitiéndonos comunicarnos y comunicar un sentido
único; no sólo comunicar “algo”.
Necesitamos
conocer las palabras guardadas en diccionarios, necesitamos conocer su
significado y usarlas para correctamente comunicar algo; pero el lenguaje tiene
un sentido superior: puede alumbrar modos únicos y originarios de sentido.
Mediante el lenguaje expresamos acontecimientos, pensamientos originarios,
credos, sentimientos, poemas, mundos imaginarios y mundos descubiertos…
Mediante el
lenguaje conformamos el armario de nuestra alma, nuestras convicciones,
decisiones, hacemos propuestas y re-cordamos. Por ello, cada obra literaria es
el fruto del encuentro de un hombre con una vertiente de la realidad, en un
momento único de su historia de vida.
Cuarta fase: Cultivar el descubrimiento de los
valores que impulsan la vía de plenitud
La complejidad de
nuestro ser, de nuestra existencia, nos lleva a distinguir entre energías que
nos encapsulan en un egoísmo que va al mundo ansioso de poder y esas otras
energías que me llevan a realizarme en un servicio de amor a los demás.
Egoísta, me
siento centro del universo y toda realidad que se me presenta la considero
medio de mis propósitos. Deseo dominar, poseer y disfrutar las realidades que
aparecen deseables a mis impulsos de satisfacción. Paradójicamente, la realidad
que apetezco para satisfacción de mi ego, me seduce, me fascina. Al adueñarme
de estas realidades, al poner el sentido de mi vida en las cosas, al reducir lo
ambital a lo cósico, siento euforia, exaltación; pero al mismo tiempo, esta
visión del mundo y de mi propia existencia me rebaja, me anula en mi condición
personal, me insensibiliza para los valores más nobles, me deja en la soledad
de quien es incapaz de encuentro: es el proceso de vértigo.
Tanto el vértigo
como el éxtasis conducen a emociones intensas; pero el primero es la caída del
hombre que lo lleva a la pérdida, destrucción de sí. La pasión, las drogas, la
velocidad, las sensaciones, son estimuladas al máximo, sin importar cómo ni a
riesgo de qué. Se confunde, entonces, la
exaltación con la exultación que es, por oposición, el goce de la auténtica
realización personal.
El éxtasis emerge
desde la vocación de ser, de ser personas que van al encuentro de otras
personas y dispuestas a la generosidad, al respeto, agradecimiento,
responsabilidad, compromiso, sacrificio de amor. En esta vía de éxtasis, se
despliega la sensibilidad para la grandeza de los valores, de los ideales, de
la nobleza, lo sagrado, el respeto, la piedad. Es el ámbito de la felicidad,
del encuentro; de la apertura a los valores aunque estos nos exijan esfuerzo y
no nos ofrezcan placer, posesión, poder. Los valores confieren dignidad a
nuestras acciones porque expresan la dignidad de nuestra esencia de ser. Los
valores se revelan a quien participa de ellos: quien quiera descubrir el valor
de la justicia no debe limitarse a informarse sobre ella, pues sólo sabrá de
ella quien la vivencia a través de una vida justa, de actos de generosidad, de
fundar vínculos de armonía, equilibrio, colaboración.