HACIA UN ESTILO
INTEGRAL DE PENSAR
Lilian Arellano
Rodríguez
La intención de estas líneas es instarlos a descubrir y
vivenciar un estilo de pensar distinto al objetivista y racionalista; un estilo
distinto de conocer y reconocer, concebir y valorar la vida y la existencia, el
mundo y el Universo. Se trata de un pensar la realidad desde la realidad; sin
prejuzgarla, sin desestimar lo profundo, complejo o misterioso que podamos
encontrar en ella; un pensar que respeta la integralidad real; pues es
consabido que la verdad no se inventa sino se descubre; por lo cual lo
inteligente es atenerse a ella y no que ella se atenga a nuestras capacidades o
conveniencias cognoscitivas. Por lo tanto, este pensar no rechazará la realidad
porque no nos sea asible, observable o cuantificable o porque escapa a la
lógica, al análisis y a la estructura del racionalismo abstracto y estático.
Pues bien, aunque cada vez son más los círculos de
intelectuales que se preguntan si puede haber conocimiento científico de las
realidades en cuanto transobjetivas; pero no son los más los que se cuestionan
lo aún recitado por muchos profesores en la educación formal básica, media o
superior. Entre los que niegan el conocimiento científico de lo trascendente,
transobjetivo, podemos distinguir dos grupos: 1) Quienes contestan que lo
trascendente no es objeto de ciencia, pero aceptan la existencia de realidades
que escapan a lo objetivable; reduciendo, entonces, el alcance de la ciencia a
lo menos valioso de la realidad; cosificándola, objetivándola. 2) Quienes
niegan la existencia de lo trascendente como realidad ontológica, reduciendo ya
no sólo el conocimiento sino la realidad a lo objetual, a lo material. En el
primer caso, se trata de un materialismo metodológico; en el segundo, de un
materialismo fundamentalista; en ambos casos, nos dejan instalados en un mundo
plano y pragmatista, en el cual se intenta explicar “lo superior” por “lo
inferior”; donde se responde al qué con el cuánto y prima por sobre la
naturaleza ontológica de la realidad, el preciosismo del método. El problema es
que estas visiones no son sólo un juego de elucubraciones sino que adquieren
poder, llevando a temibles confusiones e ilegitimidades.
Ahora bien, estamos de acuerdo en que el
conocimiento científico debe ser exacto y riguroso; pero exactitud significa
fidelidad a lo que la realidad es y rigurosidad implica hacer uso de todas las
capacidades, métodos y técnicas que nos permitan acceder a la verdadera
realidad; sin desarticularla, sin quitarle la profundidad y estructura
jerárquica interna que posee, sin perder de vista su respectividad y sentido en
el Universo. No es suficiente, por lo tanto, exigir al científico, artista,
técnico, educador, político, etc. altos coeficientes intelectuales y una serie
de conocimientos previos; también requieren poseer el don del respeto, la
capacidad de asombro, un sentido de los límites y deberes de su quehacer y de
la propia naturaleza de la realidad a estudiar. El problema del objetivismo es
que desconoce la categoría de profundidad o estructura ontológica y dinámica de
la realidad, del Universo y de nuestros mundos personales.
La categoría de profundidad no alude
a una relación espacial, sino a un atributo ontológico de la realidad que dice
relación con su carácter jerárquico, tanto en sí como respecto su presencia en
el universo. En las realidades personales, lo profundo es “intimidad
trascendente”; por lo tanto, inasible, inabarcable, no objetivable; capaz de
diálogo, de encuentro. Es tal el poder ontológico expresivo de nuestra
realidad, que “envolvemos” con nuestra trascendencia incluso a las realidades –
objeto, dotándolas entonces de potencialidades que trascienden lo objetual. Por
lo mismo, también son llamadas realidades “atmosféricas” o “ambitales”, para
diferenciarlas de las limitadas o cerradas como meras “cosas”; “dimensionales”
para diferenciarlas de las realidades espacialmente delimitadas. Un piano, por
ejemplo, en una relación objetivista es sólo un objeto, una cosa, un mueble; en
una relación desde la intimidad del pianista, es un instrumento musical que le ofrece
infinitas posibilidades, estableciéndose entonces una relación reversible de
mutuo influjo y enriquecimiento. Ejemplifiquemos a través de un diálogo del
libro de Saint- Exupéry, donde el Principito acaba de entender que su rosa es
más que una flor; pues su propio ser ha trascendido hasta ella, elevándola a un
nivel ontológico superior, ambital, personal:
El Principito dijo a las rosas que encontró en su recorrido
“Ustedes son bellas, pero están vacías –– No se puede morir por
ustedes. Seguramente, cualquiera que pase creería que mi rosa se les parece.
Pero ella sola es más importante que todas ustedes, puesto que es ella a quien
he regado. Puesto que es ella a quien abrigué bajo el globo. Puesto que es ella
a quien protegí con la pantalla. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté
(salvo las dos o tres para las mariposas). Puesto que es ella a quien escuché
quejarse, o alabarse, o incluso a veces callarse. Puesto que es mi rosa.
Y volvió con el zorro:
- Adiós – dijo...
- Adiós – dijo el zorro. – Aquí está mi secreto. Es muy simple: sólo se
ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
- Lo esencial es invisible a los ojos – repitió el principito a fin de
recordarlo.”
La comprensión de lo profundo requiere esclarecer
una serie de categorías decisivas en la conformación de nuestro perfil como
profesionales: inmediatez, mediación, alejamiento, cercanía, unión,
perspectiva… Por lo pronto, aclaremos que existe una “cercanía invasiva”,
sinónimo de fusión, dominio, apropiación, apoderamiento; propia de quienes
objetivan la realidad; pero también existe una “cercanía respetuosa” que
implica “lejanía de perspectiva”, aceptación de que el otro es otro y no parte
mía, ni hecho al alcance de mi vista o deseos. Entonces, la “cercanía
respetuosa” es “lejanía de perspectivas” que no implica “distanciamiento” sino,
por el contrario, “ad-miración”, “acogimiento”, “asombro”, “descubrimiento”,
“recogimiento”, “comprensión”, “valoración”, “sobrecogimiento”; en fin, todos
aquellas categorías que sólo pueden darse en quien ama y es capaz, por lo
mismo, de instaurar ámbitos de “participación colaborativa”, “cultivo” o
“encuentro”. Es claro, entonces, que el conocimiento objetivo es algo muy
distinto al conocimiento real o saber verdadero. La verdadera “objetividad” –si
queremos usar este término- es la transobjetividad la cual no supone un
investigador neutral, sino, por el contrario, exige una actitud de compromiso
frente a la verdad descubierta. Tampoco se opone al sentimiento o a la imaginación,
cuando son medios para acceder a lo profundo de la realidad.
Objetivismo y transobjetivismo, representan dos estilos muy
diversos de pensar, existir y valorar; dos formas de ver la educación y la
profesión pedagógica. Conozcamos lo esencial de ellos, para poder reconocerlos
y decidir cuál de sus caminos asumir como responsabilidad.
a) Ob-jetivo, ob-jectum, es lo que está-en-frente, lo que es distinto
del sujeto y se halla fuera de él; conociéndosele, entonces, de modo
espectacular.
b) Objetivo es lo mensurable, localizable espacio temporalmente; es el
dato, el hecho que puede ser expuesto a través de proposiciones constatables,
cuantificables y generalizables; según cumplan con las normas predispuestas y
la técnica que requiere el desarrollo de fórmulas matemáticas o estadísticas,
inmutables y reiterables -por tanto, constatables- por todo aquel que haya
aprendido su desarrollo. Su universalidad es la posibilidad de constatación sin
fronteras mayores que la observación, experimentación y cuantificación; también
es la generalidad, sustentada en el cálculo de la probabilidad estadística.
c) El objetivismo se caracteriza por una mente analítica, lineal o
discursiva; donde lo objetivo es inventariable, analizable, manipulable,
reducible a elementos simples. En esta visión, lo fundamental es lo simple y lo
complejo es un derivado de lo elemental; el todo es la mera suma de las partes;
pues se vive en un mundo de realidades y conocimientos planos, dispersos, que
se dan a un mismo nivel. No hay jerarquías; ni en el nivel ontológico; ni en el
nivel del saber. Es el campo propicio para los especialismos que desintegran la
realidad y el conocimiento, con la consiguiente pérdida de sentido (finalidad,
valor); es la ausencia de la transdisciplinariedad y del pensar dialógico.
d) Lo objetivo al ser plano, al no distinguir niveles de realidad o de pensar;
provoca una serie de contradicciones, paradojas o antinomias falsas que, en un
nivel de profundidad, aparecerían como dimensiones complementarias, dotadas de
dinamismo y de riqueza ontológica y situacional; donde la aparente
contradicción es un sentido según el nivel interno y la respectividad de la
realidad en el Universo. Así, el dolor no disminuye la felicidad; pues mientras
ésta es concomitante a la realización personal, el dolor es un estado más o
menos permanente y respecto un ámbito o situación. Los aparentes contrastes
armonizan en lo profundo.
e) El conocimiento objetivo es inexpresivo, neutro, no suscita emoción por
dejar de lado esa dimensión de profundidad existencial que mueve al asombro, a
la admiración, al sobrecogimiento, a las convicciones. Por lo mismo, se
facilita la negociación y traición de los valores cuando se ha dado la espalda
a la realidad expresante y auto-revelante. Es fácil tomar decisiones
destructivas o aniquilantes de lo valioso, cuando nos movemos a nivel de
conceptos y cantidades que consideran abstracciones de realidad.
f) La verdad real no es simple, porque la realidad y el Universo, nuestros
mundos no lo son. El descubrimiento, entendimiento y cultivo de la realidad,
exige la movilización de todas nuestras facultades. Se requiere de un estilo de
pensar sineidético, esto es, la visión conjunta de una realidad compleja,
incluyendo su plenitud más allá de nuestra comprensión que puede tener límites.
Aunque sea imposible conocer totalmente, íntegramente, a nuestros alumnos,
contamos con la complejidad de sus existencias; teniendo por lo tanto, más allá
de todo conocimiento, una actitud de acogimiento, de disposición al diálogo, a
lo que puede ser.
El estilo objetivista que ha imperado por décadas, su
invasión en salas de clases, libros y medios audiovisuales, ¿de qué forma ha
influido en nuestros estilos de vida? ¿Cuál es el efecto de una mirada
empobrecida de la realidad, anclada en la exactitud cuantitativa?
Al instalarse el hombre en lo objetivo de la realidad, los valores
son considerados irreales o cuestiones sin importancia, sin incidencia en la
construcción del mundo o de la cultura, sin poder ontológico y sin mayor
importancia incluso en la educación. Sin valores, el mundo se reduce a fuente
de aprovechamiento utilitario y el objetivo de la existencia a adquisición de
máximo poder. Así, se busca un conocimiento que dé poder; sin importar que nos
aleje de la comprensión y valoración de la realidad, en su sentido y
profundidad de ser. Skinner, uno de los psicólogos más influyentes en la
educación de las últimas décadas del siglo anterior, en su libro “Más allá de
la libertad y la dignidad” grafica esta forma de entender al hombre:
Se nos dice que lo que queda amenazado es “el hombre
en cuanto hombre” o “el hombre en su humanidad”, o “el hombre como sujeto, no
como objeto”, o “el hombre como persona, no como cosa”. Estas expresiones no
son muy útiles, que digamos, pero nos proporcionan una clave. Lo que queda
sometido a proceso de abolición es el hombre autónomo –el hombre interior, el
homúnculo, el demonio posesivo, el hombre defendido y propugnado por las
literaturas de la libertad y la dignidad.
Su abolición ha sido diferida demasiado tiempo. El hombre
autónomo es un truco utilizado para explicar lo que no podíamos explicarnos de
ninguna otra forma. Lo ha construido nuestra ignorancia, y conforme va
aumentando nuestro conocimiento, va diluyéndose la materia misma de que está
hecho. La ciencia no deshumaniza al hombre, sino que lo des-homunculiza, y debe
hacerlo, precisamente si quiere evitar la abolición de la especie humana. Al
hombre en cuanto hombre, gustosamente le abandonamos. Sólo desposeyéndole
podremos concentrar nuestra atención en las causas verdaderas de la conducta
humana. Sólo entonces descartaremos las inferencias, para fijarnos en los datos
observados, nos olvidaremos de lo milagroso para preocuparnos de lo natural,
nos despreocuparemos de lo inaccesible para preocuparnos de lo que sea posible
maneja” (Ed. Fontanella, Barcelona, 1973, pág. 248)
Y así, por décadas el hombre se ha despreocupado de lo
inaccesible; de su dignidad, responsabilidad, capacidad de compromiso, sentido
de vida, virtudes morales, intimidad, capacidad de amar… estamos ante el
hombre-cuerpo; medible por éste y por sus bienes materiales, por su poder
político; la sexualidad es rebajada a sexo y éste a placer del momento, cuando
dan ganas…las profesiones se comercializan; al igual que la mal llamada
educación, escuela y universidad. El hombre es considerado un ente más de la
naturaleza; al mismo nivel del ambiente; se le quita toda responsabilidad y
libertad para dejarlo reducido a las fuerzas de la naturaleza y de los que manejan
las formas de manipulación:
“El análisis experimental transfiere la determinación
de la conducta del hombre autónomo al ambiente –un ambiente responsable, tanto
de la evolución de la especie como del repertorio adquirido por cada uno de sus
miembros (…) Pero las contingencias ambientales adoptan ahora las funciones
durante un tiempo atribuidas al hombre autónomo (…) ¿Queda entonces el hombre
“abolido”? Ciertamente, no, ni en cuanto especie ni en cuanto individuo, en lo
que la especie o el individuo pueden llegar a conseguir. Quien queda abolido es
el hombre autónomo interior, y esto significa un paso al frente. ¿Pero acaso,
entonces, no quedará el hombre reducido meramente al papel de víctima o de
observador pasivo de cuanto le acontece? Ciertamente queda controlado por su
ambiente, pero debemos recordar que se trata de un ambiente en su mayor parte
producto del hombre mismo.” (Ibíd. pág. 265)
Estamos ante un hombre sin
responsabilidad, sin autonomía, determinado por el ambiente. ¿De qué nos asombramos
entonces, cuando vemos comportarse al hombre en forma animalizada o cuando
vegeta sin liderar, dejándose llevar por las circunstancias? Para usar la
realidad, entonces hay que cuantificarla y el hombre cuenta, saca cálculos;
decide de acuerdo con ellos, el dinero es el gran dios de la actualidad. Hay
que aprovechar todo; incluso, aprovecharse de las investiduras, de la confianza
y del poder; aprovecharse de quien en ti confía; de la inocencia de un niño; de
quien no puede defender su vida ni levantar consignas.
Es claro, que el conocimiento reducido a lo medible y
accesible por observación, experimentación, debe ser ajeno a lo personal,
olvidarse de lo más humano; debe ser espectacular. Y el hombre hace espectáculo
de todo: se vida más privada e íntima – las relaciones por televisión, los
“reality”el auge de los “paparazzi” y del marketing personal. No se trata de
ser mejor; sino de crear imagen. La presencia de la realidad que sobrecoge; es
reducida a imagen y marca; las capacidades al llamado “pituto” o según
conveniencias: conviene rodearse de mediocres para gobernar sin mayores
problemas; conviene embotar a la juventud: facilitarle el acceso a la
mediocridad, a las drogas, a la erotización. Es la época en que el hombre se
vende y vende el conocimiento al mejor postor; sin importar que sea para un uso
destructivo. Es fácil encontrar a especialistas que al mismo tiempo que
sobresalen por su productividad económica, técnica o científica, en el plano
afectivo o moral son despreciables pues han perdido la sensibilidad para
reconocer lo digno.
Por otra parte, la exigencia de
moverse entre fórmulas verificables, repetibles; dispone a la formación del
hombre masa, repetidor no sólo de ideas sino de fórmulas y estilos de vida; un
ser fácilmente manejable por la propaganda y las modas. Es el hombre de los
slogan repetidos incansablemente, sin interesarse por su sentido o verdad. De
aquí se entiende el auge de una arquitectura despersonalizada; que deja de lado
los principios aprendidos respecto a la necesidad que tiene el hombre de crear
su morada; para centrarse en abaratamiento de costos y poner de moda la vida en
poblaciones conformadas por viviendas indistintas que no consideran la
privacidad ni los diversos estilos de vida. También resalta la
despersonalización en el uso de un lenguaje empobrecido y grotesco… El problema
es que no sólo nos comunicamos con palabras; sino que con ellas formamos
ámbitos de convivencia y con ellas pensamos. Es también la época en que
proliferan las pandillas urbanas, los movimientos que reducen la personalidad a
un número; lo que desgraciadamente ocurre en muchos hogares, escuelas o
colegios, universidades, ámbito laboral.
Junto a la pérdida de originalidad, de expresividad,
se pierde también la facultad de leer el contenido profundo de los símbolos.
Así, vivimos en un mundo rutinario; donde la única forma de salir de su
opacidad es en forma insana y artificial, a través de las drogas, el bullicio o
la erotización que permiten la evasión y el vértigo sin más. No hay ritos:
“Mi vida es algo aburrida
-dijo el Zorro al Principito- Cazo gallinas y los hombres me cazan. Todas las
gallinas se parecen como también los hombres se parecen entre sí. Francamente
me aburro un poco. Estoy seguro que..., si me domesticas mi vida se verá
envuelta por un gran sol. Podré conocer un ruido de pasos que será bien
diferente a todos los demás. Los otros pasos, me hacen correr y esconder bajo
la tierra. Pero el tuyo sin embargo, me llamará fuera de la madriguera, como una
música. Mira! Puedes ver allá a lo lejos los campos de trigo? Yo no como pan,
por lo que para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo nada me recuerdan.
Es triste! Pero tú tienes cabellos de color oro. Cuando me hayas por fin
domesticado, el trigo dorado me recordará a ti. Y amaré el sonido del viento en
el trigo...
El zorro en silencio, miró por un gran rato al principito.
-Por favor... domestícame!-suplicó.
-Lo haría, pero... no dispongo de mucho tiempo-contestó el
principito. Quisiera encontrar amigos y conocer muchas cosas.
-¿Sabes...? Sólo se conocen las cosas que se
domestican-afirmó el zorro. Los hombres carecen ya de tiempo. Compran a los
mercaderes cosas ya hechas. Y... como no existen mercaderes de amigos, es muy
simple, los hombres ya no tienen amigos. Si realmente deseas un amigo,
domestícame!
-¿Y... qué es lo que debo hacer?-preguntó el principito.
-Debes tener suficiente paciencia-respondió el zorro- En un
principio, te sentarás a cierta distancia, algo lejos de mi sobre la hierba. Yo
te miraré de reojo y tú no dirás nada. La palabra suele ser fuente de
malentendidos. Cada día podrás sentarte un poco más cerca.
Al otro día el principito volvió:
- Lo mejor es venir siempre a la misma hora-dijo el zorro- Si sé
que vienes a las cuatro de la tarde, comenzaré a estar feliz desde las tres. A
medida que se acerque la hora más feliz me sentiré. A las cuatro estaré agitado
e inquieto; comenzaré a descubrir el precio de la felicidad! En cambio, si
vienes a distintas horas, no sabré nunca en qué momento preparar mi corazón...
Los ritos son necesarios.
-¿Qué son los ritos?-preguntó el principito.
- Se trata también de algo bastante olvidado-contestó
el zorro- Es aquello que hace que un día se diferencie de los demás, una hora
de las otras horas. Te daré un ejemplo. Entre los cazadores hay un rito. Todos
los jueves bailan con las jóvenes del pueblo. Para mí el jueves es un
maravilloso día, ya que paseo hasta la viña. Si los cazadores no tuvieran un
día fijo para su baile, todos los días serían iguales y yo no tendría
vacaciones.” (Cáp. XXI)
ACTIVIDAD:
Descubra un pensar objetivo y un pensar transobjetivo, en ámbitos
literarios, artísticos, fílmicos.
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