LA ÈTICA COMO DISCIPLINA
Naturaleza y objeto de la ética
El problema de la ética no se
instaura con la filosofía. El primer acercamiento al fenómeno de la moralidad
ocurre en la vida práctica, que es una esfera pre-filosófica y refiere a la
vida moral misma. Nuestra propia experiencia nos muestra que solemos expresar
valoraciones morales ante determinadas circunstancias. Así hablamos de actos
nobles, buenos y desinteresados, o de actos malos y egoístas; y todo ello mucho
antes de estudiar alguna teoría moral específica. A este ámbito pre-teórico o
pre-filosófico se le denomina conocimiento moral como opuesto a la ciencia
moral que, situada en un plano de reflexión distinto, intenta estudiar los
fenómenos más importantes dentro del ámbito correspondiente a la evaluación
moral y a la moralidad de las acciones.
La ciencia moral tiene por objeto
el ámbito de la moralidad, incluido el del conocimiento moral.
Se define la ética como la
ciencia que se refiere al estudio filosófico de la acción y la conducta humana,
considerada en su conformidad o disconformidad con la recta razón (razón que se
dirige a la verdad). O, dicho de otro modo, la ciencia que ordena los actos
libres del hombre en cuanto se encaminan a su fin último, que es la felicidad.
Por recta razón entendemos el
medio a través del cual se descubre la moralidad.
Pero, ¿a través de qué medio
conocemos si una acción es o no conforme al verdadero bien de la naturaleza
humana? La respuesta es la inteligencia, en cuanto es quién advierte lo
adecuado o inadecuado de una acción en orden al verdadero bien de la naturaleza
humana.
Si la inteligencia alcanza esa
comprensión sin error, se le denomina recta razón.
Así, la ética estudia la
moralidad en cuanto cualidad del acto humano que le pertenece de manera
exclusiva por proceder de la libertad en orden a un fin último; determinando,
por tanto, que se le considere bueno o malo.
La ética, entonces, refiere al
acto perfecto en cuanto conviene al hombre como hombre y en cuanto lo conduce o
no a realizar su último fin.
Lo éticamente bueno depende de la
relación con el fin último del hombre.
El fin último del hombre es el
deseo natural de ser feliz, es el bien perfecto.
Por felicidad entendemos la
obtención estable y perpetua del bien totalmente perfecto, amable por sí mismo,
que sacia todas las exigencias de la naturaleza humana y calma todos sus
deseos.
Explicado de un modo más
sencillo, es la inteligencia quien advierte de modo natural la bondad o maldad
de los actos libres. Todos tenemos experiencias de satisfacción o remordimiento
frente a determinadas acciones realizadas. A partir de ellas es que surge la
pregunta acerca de la calificación de la conducta. ¿Qué es el bien y qué es el
mal? ¿Por qué esto es bueno y aquello malo?
Precisamente, la respuesta a
estas interrogantes es lo que nos lleva al estudio científico de los actos
humanos en cuanto buenos o malos, estudio que denominamos ética.
Así, resulta aquella parte de la filosofía que estudia la moralidad del obrar humano; es decir, considera los actos humanos en cuanto son buenos o malos.
Objeto formal y material de la ética
Toda ciencia tiene un objeto
material y un objeto formal. Objeto material es aquello que estudia la ciencia
de que se trate; objeto formal es el punto de vista desde el cual se estudia el
objeto material.
Así, el objeto material de la
ética son las acciones humanas en cuanto obrar y/o actuar.
Ahora bien, dado que no todo lo
que el hombre hace ni lo que en él ocurre modifica su ser, es necesario
determinar qué tipo de acciones son correctamente objeto de la ética.
La distinción básica es entre
actos humanos y actos del hombre.
Los actos humanos son aquellos
que el hombre es dueño de hacer o de omitir, de hacerlos de un modo o de otro.
Son actos libres y voluntarios en los que interviene la razón y la voluntad.
Ejemplos: hablar, trabajar, golpear. Si un acto no es libre (por ignorancia,
por mandato, etc.) no es susceptible de calificación ética, es decir, de ser
bueno o malo.
Los actos del hombre son aquellas
acciones que no son libres ya sea porque falta el necesario conocimiento o
voluntariedad (como los actos de un demente) o porque son procesos sobre los
que no se posee un dominio directo (el desarrollo físico, la circulación de la
sangre, la digestión, etc.).
En el acto humano el hombre tiene
conciencia de ser él mismo el autor: la causa de tal o cual acontecimiento soy
yo; yo soy el agente activo y responsable. En el acto del hombre, el sujeto
tiene conciencia de que algo ocurre en él pero es simplemente un sujeto del
cambio.
De lo anterior se concluye que
sólo las acciones libres de la persona humana, sólo aquellas que presuponen la
actuación de la razón y voluntad –es, decir los actos humanos—son objeto
material de la ética.
Por su parte, el objeto formal de
la ética tiene que ver con el punto de vista desde el cual se estudian los
actos humanos, que en su caso refiere a la rectitud o moralidad (a su bondad o
maldad). Es decir, la ética estudia los actos humanos en cuanto a si éstos
están o no conformes al verdadero bien de la naturaleza del hombre y, por
tanto, de su fin último que es la felicidad.
El objeto formal de la ética es
aquello según lo cual los actos humanos, considerados formalmente en cuanto
tales (y no desde un punto de vista particular o con relación a una finalidad
restringida, como los actos de un artista o un pianista), son calificados como
buenos o malos.
A su vez, la moralidad no se
identifica formalmente con las cualidades naturales que pone en juego la
persona al momento de obrar, como serían la mera astucia mental, la habilidad o
la fuerza física, puesto que éstas son neutras y se pueden utilizar tanto para
bien como para mal. Así, por ejemplo, la astucia mental la podemos utilizar
para planear un robo como para proponer la verdad de un modo convincente.
Por tanto, los calificativos
morales se reservan para enjuiciar los actos de la voluntad deliberada por los
que la persona se autodetermina hacia el bien o el mal; y no se confunden con
las cualidades que pueden tener ciertas acciones humanas con relación a una
finalidad restringida, como sería la perfección técnica en la consecución de
objetivos particulares o en la realización de determinadas obras.
El sentido común distingue el uso
técnico del uso ético, aplicando para el primero el calificativo de perfecto y
para el segundo el de bueno. Así, por ejemplo, la habilidad de un artesano se
dice que es una perfección relativa, es decir, que el artesano es perfecto como
artesano pero no necesariamente es bueno como persona, pues aquella perfección
no lo implica.
El bien y el mal moral afectan a
la persona en cuanto tal y en su totalidad; es decir, hacen al hombre bueno o
malo en su totalidad, sin restricciones.
Esta referencia al bien integral
de la persona, considerada en su unidad y totalidad, distingue la dimensión
propiamente moral de la artística o mecánica, y explica que ésta sea juzgada
por aquélla. Por ejemplo: Todos nos hemos arrepentido alguna vez de ejecutar un
proyecto operativo que, con todo, resultó eficaz. Nos remuerde la conciencia y
nos arrepentimos no por deficiencias técnicas sino porque, aunque se alcanzó
con éxito el objetivo prefijado, su consecución nos significó más una pérdida
que una ganancia, reconociendo que nos habíamos puesto como fin algo que sólo
aparentemente era un bien.
A un nivel más profundo, lo
anterior se explica porque la atracción que ciertos bienes nos producen aquí y
ahora no coinciden con un “algo” que necesaria, irrenunciable y permanentemente
deseamos, advirtiendo que una acción realizada en pos de ellos no es
congruente, en definitiva, con ese algo mucho más precioso y querido.
A partir de Aristóteles, la filosofía
ha llamado a este algo el fin último, vida feliz o felicidad, y que alude al
ser perfecto de la persona: a la plenitud de sentido de la condición humana.
El acto humano como acto libre. Su calificación moral
La moralidad es propia y exclusiva del obrar humano: es el único ser que puede cumplir libremente con sus actos, con el fin último u orden moral que le corresponde.
1. Lo más característico del acto humano es que es libre
El acto humano se caracteriza por
ser libre. La libertad es la capacidad de la voluntad de moverse por sí misma
al bien que la razón le presenta. O, dicho de otra manera, es la
indeterminación intrínseca de la voluntad para querer o no querer algo, o
querer esto o aquello.
El hombre puede o no cumplir su
fin pues es el único dueño de sus actos: actúa libremente mientras el resto de
los seres son llevados a hacerlo. Así el animal, que es movido por lo que se
llama instinto.
El acto humano procede de la
inteligencia y de la voluntad. Desde el punto de vista operativo, primero es la
inteligencia, pues es la que conoce el fin y lo muestra a la voluntad quien, en
segundo lugar, elige alcanzarlo o no. El papel de la voluntad es moverse a lo
que la inteligencia le muestra.
En este sentido, podemos hacer
una clasificación de los actos humanos. Si proceden directamente de la voluntad
se llaman elícitos. Por ejemplo: un afecto, sentir cariño por alguien, etc.
Si provienen de la voluntad
indirectamente o de otra facultad que no sea la voluntad, se llaman imperados.
Por ejemplo, recordar; voluntariamente se quiere recordar.
Tanto elícitos como imperados son
actos humanos; pero los imperados actúan sobre otras facultades.
a) El influjo del conocimiento
del acto humano se llama advertencia.
b) El influjo de la voluntad del
acto humano se llama el consentimiento.
c) Por medio de la advertencia
nos damos cuenta qué es “matar” y cuál es su moralidad, esto es, si es bueno o
malo.
La moralidad de un acto supone primero conocer ese mismo acto para poder saber si es bueno o malo.
La advertencia
La advertencia puede ser:
1. Actual: En el mismo momento
que se realiza la acción la inteligencia capta se es bueno o malo.
2. Virtual: Cuando la
inteligencia capta la moralidad de un acto en un momento anterior a ser
realizado. Esta advertencia es suficiente para que el acto sea humano y sea
moral.
Ejemplo de lo anterior es lo
siguiente: Dar una limosna es actual, porque sé que en el momento de realizar
la acción estoy pensando en un acto bueno. Si se sigue ayudando a los demás sin
tener esa atención actual, se dice que la advertencia es virtual, porque se
está bajo el influjo de la advertencia actual que se tuvo en actos anteriores.
Por su parte, y atendiendo al
grado de intensidad, la advertencia puede clasificarse en:
1. Advertencia Plena: Cuando se
conoce perfectamente lo que se está haciendo y la moralidad de lo que se está
haciendo. El acto es perfectamente humano.
2. Advertencia Semiplena: Cuando el conocimiento que se posee del acto encuentra un obstáculo, disminuyéndose el grado de voluntariedad. Ejemplo: Realizar algo en estado de ebriedad o de somnolencia.
El consentimiento
La voluntad es advertida por la
inteligencia, mas es ella quien consiente o rechaza. Este consentimiento puede
estar sobre la acción misma o sobre la causa que desencadena la acción.
Si la voluntad quiere esa acción
misma se llama acto voluntario directo, pues se está buscando el efecto que
produce ese acto. Por ejemplo, en el acto de robar, mi voluntad quiere
directamente apoderarse de algo que no me pertenece.
Por su parte, si la voluntad
simplemente permite un acto, como efecto secundario previsto y ligado a lo que
directamente se quiere, se habla de acto voluntario indirecto.
Por ejemplo, quien lee un libro
para preparar un examen previendo que de esa lectura se derivarán tentaciones
contra la honestidad de las costumbres. Esa persona quiere, indirectamente,
esas tentaciones; y es responsable de ellas. De ahí la obligación de evitar esa
lectura, o al menos tener cautela.
La voluntariedad del acto puede
ser destruida por la violencia. Acto violento es el que procede de un principio
exterior y es contrario a la voluntad del sujeto que padece la coacción.
Los actos internos de la voluntad no pueden estar sujetos a la violencia, porque se trata de una facultad espiritual y libre. De ahí que jamás resulten inimputables y las personas siempre sean responsables de ellos, aunque padezcan violencia exterior. En cambio, los actos externos pueden ser causados por la violencia porque la coacción puede ejercerse sobre el organismo físico del que proceden inmediatamente esos actos. Para ilustrar la diferencia, digamos que, por ejemplo, puede ponerse a alguien de rodillas ante un ídolo (acto externo), pero jamás podrá hacérsele adorarlo o venerarlo (acto interno).
2. Bondad o maldad de los actos humanos
Para saber si un acto es bueno o
malo debemos atender al objeto, fin y circunstancias en que ocurrió. Se trata
de los tres elementos básicos para emitir un juicio moral.
a) El objeto. Lo que persigue la
acción es “objetivo”, es decir, se trata de aquello a lo que la acción tiende
de suyo y en lo que termina. Considerándolo en su relación con la norma moral,
es lo que la misma acción persigue. Por ejemplo, al robar, el objeto es
apoderarse de lo ajeno; al matar, quitar la vida; al regalar, que otra persona
tenga lo regalado.
b) El fin. Lo que persigue el
sujeto es “subjetivo”, es decir, es lo que el sujeto quiere lograr por medio de
la acción que realiza. Por ejemplo, alguien roba un auto para hacer un viaje,
alguien hace un regalo a un juez para obtener una sentencia favorable.
El fin del sujeto puede hacer
mala una acción buena, pero no puede hacer buena una acción mala.
c) La circunstancia. En el orden
moral, las acciones humanas no agotan su bondad en el objeto moral. Habrá que
tener en cuenta las circunstancias (aquello que rodea la acción), pues son
“accidentes” que modifican el objeto moral.
Los principales tipos de
circunstancias morales que afectan a los actos humanos son:
a) Quien obra (quis), esto es, la
persona que realiza la acción. No tiene la misma moralidad el juicio falso de
un notario que el de una persona privada.
b) La cualidad y cantidad del
objeto producido (quid). No es lo mismo robarse un lápiz que robarse un auto.
c) Lugar de la acción (ubi). No
califica del mismo modo una acción cometida en un lugar público que en un lugar
secreto.
d) Los medios empleados (quibus
auxiliis). No es lo mismo un robo con o sin violencia.
e) Modo moral en que se realiza
la acción (quomodo). Es distinta la moralidad de las acciones según se cometen
con deliberación plena o no (no es lo mismo insultar estando borracho que
sobrio… aunque se sea responsable de la borrachera).
e) Cualidad y cantidad del tiempo
(quando). Por ejemplo, la duración de un secuestro o la diferencia entre un
acto cometido en estado de guerra o de paz.
g) Motivo por el que se realiza
un acto (cur). Una persona puede ayudar al prójimo con el fin de practicar la
caridad, pero también por un cierto deseo de que le agradezcan su servicio. O
por vanidad.
1. El objeto moral da a la acción
su moralidad intrínseca y esencial; es decir, lo malo es malo siempre y en todo
lugar. No se puede hacer un mal para lograr un bien.
2. La acción buena por su objeto
necesita además una recta intención; es decir, si el acto es de suyo bueno pero
se realiza con un fin malo, el acto resultará malo. Ejemplo: ayudar para
después pervertir más fácilmente.
3. Las circunstancias pueden
aumentar o disminuir la bondad o malicia: pueden hacer malo un acto que era
bueno, pero nunca harán bueno un acto que era de suyo malo.
En síntesis: para que la acción sea buena han de serlo todos los elementos que la integran (objeto, fin y circunstancias). Se dice, por lo mismo, que bonum ex integra causa; malum ex quocumque defectu: es decir, si alguno de los elementos se opone a la ley moral, la acción es mala; si todos son buenos, y sólo en este caso, la acción es buena.
3. El acto humano y las pasiones
Las pasiones son actos o movimientos de las tendencias sensibles que tienen por objeto un bien captado por los sentidos.
Son sentimientos de atracción o repulsa frente a un bien o un mal captado por los sentidos, que se diferencian de los actos de la voluntad por su carácter sensible y su relación al cuerpo. La cólera o el miedo ante un peligro inminente son pasiones: se sienten y tienen efectos corporales, como acelerar el ritmo cardíaco, generar temblores en las piernas o cambiar el color de la cara.
Las pasiones proceden siempre de
un conocimiento previo. Este puede ser la sensibilidad externa (vista, oído,
etc.) o de la sensibilidad interna (imaginación, memoria, etc.).
La sensibilidad tiene dos
potencias apetitivas, la concupiscible y la irascible, que son el origen de
todas las pasiones.
La potencia concupiscible
reacciona ante los bienes y males sensibles. Sus actos son el amor, el deseo de
un bien no poseído y el gozo por el bien ya alcanzado. Y, en relación al mal,
sus actos son el odio, la fuga del mal no poseído y la tristeza ante el mal ya
presente.
La potencia irascible, por su
parte, actúa ante bienes difíciles de conseguir o ante males difíciles de
evitar. Sus actos son la esperanza y la audacia ante el bien arduo; y el
desánimo, el miedo y la ira ante el mal difícil de evitar.
Las pasiones del hombre están
sometidas al gobierno de la razón y de la voluntad, las que influyen en ellas
de manera directa o indirecta, llegando incluso a dominar los sentidos de los
que a su vez dependen. Así, la voluntad puede elegir directamente una pasión,
como quien quiere encolerizarse para agredir a otro con mayor fuerza; puede
redundar en la sensibilidad, como cuando el rechazo voluntario del mal provoca
vergüenza; o puede desencadenar una pasión a través del entendimiento y la
imaginación, como la consideración intelectual e imaginativa de un mal posible
puede suscitar un temor sensible. Ahora bien, hay procesos que se realizan sólo
a través de la sensibilidad y que no cambian el juicio del intelecto. Así el
llanto ante la muerte de un familiar, aunque racionalmente se considere
“adecuado” una vez hecho.
Por su parte, las pasiones pueden
influir sobre el entendimiento y la voluntad. Si bien no afectan directamente a
la voluntad, es decir, no pueden determinar desde dentro y de modo inmediato el
querer racional, sí pueden influir en el modo de valorar las cosas a través de
la imaginación y del entendimiento. Así, al sujeto que se deja dominar por la
cólera, la venganza le parece un bien conveniente a su situación: la pasión
fuerza la inteligencia a través de la imaginación, condicionando de alguna
manera el acto de la voluntad, que se equivoca por influjo de la pasión no
rechazada a tiempo.
Las pasiones pueden influir
también en la voluntad por redundancia.
La relación mutua entre las
pasiones y la voluntad libre explica que aquéllas tengan en el hombre el
carácter de moral. Aunque en sí mismas no tienen valoración (son neutras), son
un mero hecho físico o natural, como en el hombre se relacionan con la voluntad
libre pasan a tener moralidad.
Así, serán buenas o malas
dependiendo de si su objeto y el uso que se haga de ellas conforman o no a la
recta razón. En efecto: el placer y el dolor no son en sí mismos ni buenos ni
malos. Gozarse en el bien y dolerse del mal es bueno; pero dolerse en el bien y
gozarse en el mal es malo. Así, la tarea para el hombre no es extinguir las
pasiones sino moderarlas; dirigirlas hacia el bien y hacer que actúen en la
forma debida.
FUENTE:
http://www.duoc.cl/etica/pdf/fet00/material-apoy/Apuntes03.pdf
(Bibliografía: Ética, de Ángel
Rodríguez Luño; Manual de ética, de Alejandro Vigo)
DuocUC - Vicerrectoría Académica
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