jueves, 17 de febrero de 2022

LA ÈTICA COMO DISCIPLINA

LA ÈTICA COMO DISCIPLINA 

Naturaleza y objeto de la ética

El problema de la ética no se instaura con la filosofía. El primer acercamiento al fenómeno de la moralidad ocurre en la vida práctica, que es una esfera pre-filosófica y refiere a la vida moral misma. Nuestra propia experiencia nos muestra que solemos expresar valoraciones morales ante determinadas circunstancias. Así hablamos de actos nobles, buenos y desinteresados, o de actos malos y egoístas; y todo ello mucho antes de estudiar alguna teoría moral específica. A este ámbito pre-teórico o pre-filosófico se le denomina conocimiento moral como opuesto a la ciencia moral que, situada en un plano de reflexión distinto, intenta estudiar los fenómenos más importantes dentro del ámbito correspondiente a la evaluación moral y a la moralidad de las acciones.

La ciencia moral tiene por objeto el ámbito de la moralidad, incluido el del conocimiento moral.

Se define la ética como la ciencia que se refiere al estudio filosófico de la acción y la conducta humana, considerada en su conformidad o disconformidad con la recta razón (razón que se dirige a la verdad). O, dicho de otro modo, la ciencia que ordena los actos libres del hombre en cuanto se encaminan a su fin último, que es la felicidad.

Por recta razón entendemos el medio a través del cual se descubre la moralidad.

Pero, ¿a través de qué medio conocemos si una acción es o no conforme al verdadero bien de la naturaleza humana? La respuesta es la inteligencia, en cuanto es quién advierte lo adecuado o inadecuado de una acción en orden al verdadero bien de la naturaleza humana.

Si la inteligencia alcanza esa comprensión sin error, se le denomina recta razón.

Así, la ética estudia la moralidad en cuanto cualidad del acto humano que le pertenece de manera exclusiva por proceder de la libertad en orden a un fin último; determinando, por tanto, que se le considere bueno o malo.

La ética, entonces, refiere al acto perfecto en cuanto conviene al hombre como hombre y en cuanto lo conduce o no a realizar su último fin.

Lo éticamente bueno depende de la relación con el fin último del hombre.

El fin último del hombre es el deseo natural de ser feliz, es el bien perfecto.

Por felicidad entendemos la obtención estable y perpetua del bien totalmente perfecto, amable por sí mismo, que sacia todas las exigencias de la naturaleza humana y calma todos sus deseos.

Explicado de un modo más sencillo, es la inteligencia quien advierte de modo natural la bondad o maldad de los actos libres. Todos tenemos experiencias de satisfacción o remordimiento frente a determinadas acciones realizadas. A partir de ellas es que surge la pregunta acerca de la calificación de la conducta. ¿Qué es el bien y qué es el mal? ¿Por qué esto es bueno y aquello malo?

Precisamente, la respuesta a estas interrogantes es lo que nos lleva al estudio científico de los actos humanos en cuanto buenos o malos, estudio que denominamos ética.

Así, resulta aquella parte de la filosofía que estudia la moralidad del obrar humano; es decir, considera los actos humanos en cuanto son buenos o malos. 

Objeto formal y material de la ética

Toda ciencia tiene un objeto material y un objeto formal. Objeto material es aquello que estudia la ciencia de que se trate; objeto formal es el punto de vista desde el cual se estudia el objeto material.

Así, el objeto material de la ética son las acciones humanas en cuanto obrar y/o actuar.

Ahora bien, dado que no todo lo que el hombre hace ni lo que en él ocurre modifica su ser, es necesario determinar qué tipo de acciones son correctamente objeto de la ética.

La distinción básica es entre actos humanos y actos del hombre.

Los actos humanos son aquellos que el hombre es dueño de hacer o de omitir, de hacerlos de un modo o de otro. Son actos libres y voluntarios en los que interviene la razón y la voluntad. Ejemplos: hablar, trabajar, golpear. Si un acto no es libre (por ignorancia, por mandato, etc.) no es susceptible de calificación ética, es decir, de ser bueno o malo.

Los actos del hombre son aquellas acciones que no son libres ya sea porque falta el necesario conocimiento o voluntariedad (como los actos de un demente) o porque son procesos sobre los que no se posee un dominio directo (el desarrollo físico, la circulación de la sangre, la digestión, etc.).

En el acto humano el hombre tiene conciencia de ser él mismo el autor: la causa de tal o cual acontecimiento soy yo; yo soy el agente activo y responsable. En el acto del hombre, el sujeto tiene conciencia de que algo ocurre en él pero es simplemente un sujeto del cambio.

De lo anterior se concluye que sólo las acciones libres de la persona humana, sólo aquellas que presuponen la actuación de la razón y voluntad –es, decir los actos humanos—son objeto material de la ética.

Por su parte, el objeto formal de la ética tiene que ver con el punto de vista desde el cual se estudian los actos humanos, que en su caso refiere a la rectitud o moralidad (a su bondad o maldad). Es decir, la ética estudia los actos humanos en cuanto a si éstos están o no conformes al verdadero bien de la naturaleza del hombre y, por tanto, de su fin último que es la felicidad.

El objeto formal de la ética es aquello según lo cual los actos humanos, considerados formalmente en cuanto tales (y no desde un punto de vista particular o con relación a una finalidad restringida, como los actos de un artista o un pianista), son calificados como buenos o malos.

A su vez, la moralidad no se identifica formalmente con las cualidades naturales que pone en juego la persona al momento de obrar, como serían la mera astucia mental, la habilidad o la fuerza física, puesto que éstas son neutras y se pueden utilizar tanto para bien como para mal. Así, por ejemplo, la astucia mental la podemos utilizar para planear un robo como para proponer la verdad de un modo convincente.

Por tanto, los calificativos morales se reservan para enjuiciar los actos de la voluntad deliberada por los que la persona se autodetermina hacia el bien o el mal; y no se confunden con las cualidades que pueden tener ciertas acciones humanas con relación a una finalidad restringida, como sería la perfección técnica en la consecución de objetivos particulares o en la realización de determinadas obras.

El sentido común distingue el uso técnico del uso ético, aplicando para el primero el calificativo de perfecto y para el segundo el de bueno. Así, por ejemplo, la habilidad de un artesano se dice que es una perfección relativa, es decir, que el artesano es perfecto como artesano pero no necesariamente es bueno como persona, pues aquella perfección no lo implica.

El bien y el mal moral afectan a la persona en cuanto tal y en su totalidad; es decir, hacen al hombre bueno o malo en su totalidad, sin restricciones.

Esta referencia al bien integral de la persona, considerada en su unidad y totalidad, distingue la dimensión propiamente moral de la artística o mecánica, y explica que ésta sea juzgada por aquélla. Por ejemplo: Todos nos hemos arrepentido alguna vez de ejecutar un proyecto operativo que, con todo, resultó eficaz. Nos remuerde la conciencia y nos arrepentimos no por deficiencias técnicas sino porque, aunque se alcanzó con éxito el objetivo prefijado, su consecución nos significó más una pérdida que una ganancia, reconociendo que nos habíamos puesto como fin algo que sólo aparentemente era un bien.

A un nivel más profundo, lo anterior se explica porque la atracción que ciertos bienes nos producen aquí y ahora no coinciden con un “algo” que necesaria, irrenunciable y permanentemente deseamos, advirtiendo que una acción realizada en pos de ellos no es congruente, en definitiva, con ese algo mucho más precioso y querido.

A partir de Aristóteles, la filosofía ha llamado a este algo el fin último, vida feliz o felicidad, y que alude al ser perfecto de la persona: a la plenitud de sentido de la condición humana. 

El acto humano como acto libre. Su calificación moral

La moralidad es propia y exclusiva del obrar humano: es el único ser que puede cumplir libremente con sus actos, con el fin último u orden moral que le corresponde. 

1. Lo más característico del acto humano es que es libre

El acto humano se caracteriza por ser libre. La libertad es la capacidad de la voluntad de moverse por sí misma al bien que la razón le presenta. O, dicho de otra manera, es la indeterminación intrínseca de la voluntad para querer o no querer algo, o querer esto o aquello.

El hombre puede o no cumplir su fin pues es el único dueño de sus actos: actúa libremente mientras el resto de los seres son llevados a hacerlo. Así el animal, que es movido por lo que se llama instinto.

El acto humano procede de la inteligencia y de la voluntad. Desde el punto de vista operativo, primero es la inteligencia, pues es la que conoce el fin y lo muestra a la voluntad quien, en segundo lugar, elige alcanzarlo o no. El papel de la voluntad es moverse a lo que la inteligencia le muestra.

En este sentido, podemos hacer una clasificación de los actos humanos. Si proceden directamente de la voluntad se llaman elícitos. Por ejemplo: un afecto, sentir cariño por alguien, etc.

Si provienen de la voluntad indirectamente o de otra facultad que no sea la voluntad, se llaman imperados. Por ejemplo, recordar; voluntariamente se quiere recordar.

Tanto elícitos como imperados son actos humanos; pero los imperados actúan sobre otras facultades.

a) El influjo del conocimiento del acto humano se llama advertencia.

b) El influjo de la voluntad del acto humano se llama el consentimiento.

c) Por medio de la advertencia nos damos cuenta qué es “matar” y cuál es su moralidad, esto es, si es bueno o malo.

La moralidad de un acto supone primero conocer ese mismo acto para poder saber si es bueno o malo. 

La advertencia

La advertencia puede ser:

1. Actual: En el mismo momento que se realiza la acción la inteligencia capta se es bueno o malo.

2. Virtual: Cuando la inteligencia capta la moralidad de un acto en un momento anterior a ser realizado. Esta advertencia es suficiente para que el acto sea humano y sea moral.

Ejemplo de lo anterior es lo siguiente: Dar una limosna es actual, porque sé que en el momento de realizar la acción estoy pensando en un acto bueno. Si se sigue ayudando a los demás sin tener esa atención actual, se dice que la advertencia es virtual, porque se está bajo el influjo de la advertencia actual que se tuvo en actos anteriores.

Por su parte, y atendiendo al grado de intensidad, la advertencia puede clasificarse en:

1. Advertencia Plena: Cuando se conoce perfectamente lo que se está haciendo y la moralidad de lo que se está haciendo. El acto es perfectamente humano.

2. Advertencia Semiplena: Cuando el conocimiento que se posee del acto encuentra un obstáculo, disminuyéndose el grado de voluntariedad. Ejemplo: Realizar algo en estado de ebriedad o de somnolencia. 

El consentimiento

La voluntad es advertida por la inteligencia, mas es ella quien consiente o rechaza. Este consentimiento puede estar sobre la acción misma o sobre la causa que desencadena la acción.

Si la voluntad quiere esa acción misma se llama acto voluntario directo, pues se está buscando el efecto que produce ese acto. Por ejemplo, en el acto de robar, mi voluntad quiere directamente apoderarse de algo que no me pertenece.

Por su parte, si la voluntad simplemente permite un acto, como efecto secundario previsto y ligado a lo que directamente se quiere, se habla de acto voluntario indirecto.

Por ejemplo, quien lee un libro para preparar un examen previendo que de esa lectura se derivarán tentaciones contra la honestidad de las costumbres. Esa persona quiere, indirectamente, esas tentaciones; y es responsable de ellas. De ahí la obligación de evitar esa lectura, o al menos tener cautela.

La voluntariedad del acto puede ser destruida por la violencia. Acto violento es el que procede de un principio exterior y es contrario a la voluntad del sujeto que padece la coacción.

Los actos internos de la voluntad no pueden estar sujetos a la violencia, porque se trata de una facultad espiritual y libre. De ahí que jamás resulten inimputables y las personas siempre sean responsables de ellos, aunque padezcan violencia exterior. En cambio, los actos externos pueden ser causados por la violencia porque la coacción puede ejercerse sobre el organismo físico del que proceden inmediatamente esos actos. Para ilustrar la diferencia, digamos que, por ejemplo, puede ponerse a alguien de rodillas ante un ídolo (acto externo), pero jamás podrá hacérsele adorarlo o venerarlo (acto interno). 

2. Bondad o maldad de los actos humanos

Para saber si un acto es bueno o malo debemos atender al objeto, fin y circunstancias en que ocurrió. Se trata de los tres elementos básicos para emitir un juicio moral.

a) El objeto. Lo que persigue la acción es “objetivo”, es decir, se trata de aquello a lo que la acción tiende de suyo y en lo que termina. Considerándolo en su relación con la norma moral, es lo que la misma acción persigue. Por ejemplo, al robar, el objeto es apoderarse de lo ajeno; al matar, quitar la vida; al regalar, que otra persona tenga lo regalado.

b) El fin. Lo que persigue el sujeto es “subjetivo”, es decir, es lo que el sujeto quiere lograr por medio de la acción que realiza. Por ejemplo, alguien roba un auto para hacer un viaje, alguien hace un regalo a un juez para obtener una sentencia favorable.

El fin del sujeto puede hacer mala una acción buena, pero no puede hacer buena una acción mala.

c) La circunstancia. En el orden moral, las acciones humanas no agotan su bondad en el objeto moral. Habrá que tener en cuenta las circunstancias (aquello que rodea la acción), pues son “accidentes” que modifican el objeto moral.

Los principales tipos de circunstancias morales que afectan a los actos humanos son:

a) Quien obra (quis), esto es, la persona que realiza la acción. No tiene la misma moralidad el juicio falso de un notario que el de una persona privada.

b) La cualidad y cantidad del objeto producido (quid). No es lo mismo robarse un lápiz que robarse un auto.

c) Lugar de la acción (ubi). No califica del mismo modo una acción cometida en un lugar público que en un lugar secreto.

d) Los medios empleados (quibus auxiliis). No es lo mismo un robo con o sin violencia.

e) Modo moral en que se realiza la acción (quomodo). Es distinta la moralidad de las acciones según se cometen con deliberación plena o no (no es lo mismo insultar estando borracho que sobrio… aunque se sea responsable de la borrachera).

e) Cualidad y cantidad del tiempo (quando). Por ejemplo, la duración de un secuestro o la diferencia entre un acto cometido en estado de guerra o de paz.

g) Motivo por el que se realiza un acto (cur). Una persona puede ayudar al prójimo con el fin de practicar la caridad, pero también por un cierto deseo de que le agradezcan su servicio. O por vanidad.

 Los tres elementos que califican la moralidad de un acto humano (fin, objeto y circunstancia) actúan en unidad según tres principios:

1. El objeto moral da a la acción su moralidad intrínseca y esencial; es decir, lo malo es malo siempre y en todo lugar. No se puede hacer un mal para lograr un bien.

2. La acción buena por su objeto necesita además una recta intención; es decir, si el acto es de suyo bueno pero se realiza con un fin malo, el acto resultará malo. Ejemplo: ayudar para después pervertir más fácilmente.

3. Las circunstancias pueden aumentar o disminuir la bondad o malicia: pueden hacer malo un acto que era bueno, pero nunca harán bueno un acto que era de suyo malo.

En síntesis: para que la acción sea buena han de serlo todos los elementos que la integran (objeto, fin y circunstancias). Se dice, por lo mismo, que bonum ex integra causa; malum ex quocumque defectu: es decir, si alguno de los elementos se opone a la ley moral, la acción es mala; si todos son buenos, y sólo en este caso, la acción es buena. 

3. El acto humano y las pasiones

Las pasiones son actos o movimientos de las tendencias sensibles que tienen por objeto un bien captado por los sentidos.

Son sentimientos de atracción o repulsa frente a un bien o un mal captado por los sentidos, que se diferencian de los actos de la voluntad por su carácter sensible y su relación al cuerpo. La cólera o el miedo ante un peligro inminente son pasiones: se sienten y tienen efectos corporales, como acelerar el ritmo cardíaco, generar temblores en las piernas o cambiar el color de la cara.

Las pasiones proceden siempre de un conocimiento previo. Este puede ser la sensibilidad externa (vista, oído, etc.) o de la sensibilidad interna (imaginación, memoria, etc.).

La sensibilidad tiene dos potencias apetitivas, la concupiscible y la irascible, que son el origen de todas las pasiones.

La potencia concupiscible reacciona ante los bienes y males sensibles. Sus actos son el amor, el deseo de un bien no poseído y el gozo por el bien ya alcanzado. Y, en relación al mal, sus actos son el odio, la fuga del mal no poseído y la tristeza ante el mal ya presente.

La potencia irascible, por su parte, actúa ante bienes difíciles de conseguir o ante males difíciles de evitar. Sus actos son la esperanza y la audacia ante el bien arduo; y el desánimo, el miedo y la ira ante el mal difícil de evitar.

Las pasiones del hombre están sometidas al gobierno de la razón y de la voluntad, las que influyen en ellas de manera directa o indirecta, llegando incluso a dominar los sentidos de los que a su vez dependen. Así, la voluntad puede elegir directamente una pasión, como quien quiere encolerizarse para agredir a otro con mayor fuerza; puede redundar en la sensibilidad, como cuando el rechazo voluntario del mal provoca vergüenza; o puede desencadenar una pasión a través del entendimiento y la imaginación, como la consideración intelectual e imaginativa de un mal posible puede suscitar un temor sensible. Ahora bien, hay procesos que se realizan sólo a través de la sensibilidad y que no cambian el juicio del intelecto. Así el llanto ante la muerte de un familiar, aunque racionalmente se considere “adecuado” una vez hecho.

Por su parte, las pasiones pueden influir sobre el entendimiento y la voluntad. Si bien no afectan directamente a la voluntad, es decir, no pueden determinar desde dentro y de modo inmediato el querer racional, sí pueden influir en el modo de valorar las cosas a través de la imaginación y del entendimiento. Así, al sujeto que se deja dominar por la cólera, la venganza le parece un bien conveniente a su situación: la pasión fuerza la inteligencia a través de la imaginación, condicionando de alguna manera el acto de la voluntad, que se equivoca por influjo de la pasión no rechazada a tiempo.

Las pasiones pueden influir también en la voluntad por redundancia.

La relación mutua entre las pasiones y la voluntad libre explica que aquéllas tengan en el hombre el carácter de moral. Aunque en sí mismas no tienen valoración (son neutras), son un mero hecho físico o natural, como en el hombre se relacionan con la voluntad libre pasan a tener moralidad.

Así, serán buenas o malas dependiendo de si su objeto y el uso que se haga de ellas conforman o no a la recta razón. En efecto: el placer y el dolor no son en sí mismos ni buenos ni malos. Gozarse en el bien y dolerse del mal es bueno; pero dolerse en el bien y gozarse en el mal es malo. Así, la tarea para el hombre no es extinguir las pasiones sino moderarlas; dirigirlas hacia el bien y hacer que actúen en la forma debida.

FUENTE: 

http://www.duoc.cl/etica/pdf/fet00/material-apoy/Apuntes03.pdf

(Bibliografía: Ética, de Ángel Rodríguez Luño; Manual de ética, de Alejandro Vigo)

DuocUC - Vicerrectoría Académica

 

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