FENOMENOLOGÍA DE LA EXISTENCIA COTIDIANA: EDUCAR PARA LA VIDA.
Inspirado en “La cotidiana de la vida” de Humberto Giannini
Conocer al hombre en cuanto educable, es conocer su
existencia real, esa existencia que se hace día a día, en un entretejido de
hechos cuyo sentido debemos ahora indagar. Se nos ha dado el ser personas con
la misión de tener que descubrirnos y realizarnos como tal; ello no es fácil,
cuando no tenemos o no nos damos la oportunidad para hacerlo. Nos ha
correspondido existir en un mundo; un mundo conformado por espacios habitados
que aparecen como posibilidad y reto. ¿Cómo describiríamos este mundo?
Humberto Giannini formula una arqueología de la
experiencia cotidiana, un camino o método fenomenológico que irá tras los
principios que nos permitirán dar cuenta de nuestro existir… Cotidiano, nos
dirá “es lo que pasa todos los día”. ¿Cuál es el modo de pasar que caracteriza
nuestra vida pasajera; en su vertiente espacial –topografía de lo cotidiano – y
temporal -cronología de lo cotidiano?
Somos seres de ruta: la ruta es un
movimiento rotatorio, recurrente. La ruta describe un espacio y un tiempo que
si saben ser vividos, no tienen por qué caer en lo rutinario. La rutina es ese
trayecto rotatorio global por el que transcurre nuestra existencia mientras no
ocurre ningún acontecimiento que rompa la rutina.
Topografía de lo cotidiano
Domicilio - calle – trabajo (escuela – universidad) - calle - domicilio…
Domicilio: Somos seres domiciliados. La casa nos separa del mundo
público, es el lugar para el recogimiento cotidiano, donde puedo darme el lujo
de ser yo; yo en la intimidad o privacidad de nuestro amor. Mi domicilio está
conformado por mi o nuestro espacio que habito o habitamos –vestimos- con mis o
nuestras cosas; mi o nuestros tiempos disponibles para acogerte, acoger a Dios
o a mis invitados al hogar.
Mi domicilio me da continuidad, seguridad de pertenencia y permanencia, asegura mi identidad, me permite reposar. El domicilio es el lugar para la reflexión (regreso a sí; flexión sobre sí); punto desde el cual me preparo para aventurar en el mundo y al cual puedo regresar como a lo mío.
La calle: Es el lugar de tránsito que me lleva desde mi
domicilio a lo otro; es el lugar de trámite, de pasar, de camino hacia o de
regreso; es el medio de circulación ciudadana. La calle es el espacio de todos
y, por lo mismo, de nadie; en ella soy un hombre más, que pasa indiferente al
lado de otros indiferentes. Pero la calle también es el espacio para hacer
presente o mostrar lo que a los transeúntes pudiera detener e interesar:
propaganda, vitrinas, manifiesto mural o protesta que intentan invadir las
conciencias desprevenidas del que va transitando.
La calle puede ser también un lugar para el
encuentro o reencuentro ocasional; puede ser espacio para el desvío o extravío
del transeúnte que puede distraerse, atrasarse. La calle es siempre “lo
abierto”; lo que me da la posibilidad de “tomar otro camino”. Un entramado,
apenas visible de normas, deben ser acatadas para prevenir que “pase algo” de
tal forma nuestra ruta sea expedita y no se rompa la rutina, asegurándonos
llegar a nuestro destino.
El trabajo: Es el lugar de ser
para otros. Abandonamos el domicilio para ir a trabajar. El trabajo requiere de
mi disponibilidad para otros. En el trabajo aparece la comunicación vertical,
jerarquizada: el jefe, el profesor, el cliente…cada persona es vista en su
función productiva y considerada según el escalafón en que se ubica; pues
entonces priman los indicadores de poder por sobre toda razón; los logros por
sobre toda realización. No sucede así, en el trabajo que da lugar a la
realización y al servicio personal como unidades que se fecundan
reversiblemente.
Cronología de lo cotidiano
El tiempo civil o convencional de relojes y
calendarios, es el que todos acordamos para programar nuestros ocios y negocios
o trabajos, para dividir y hacer con-mensurable la historia de la humanidad.
El emperador Constantino, el año 321, sancionó la
semana hebraica y ordenó el reposo dominical. Desde entonces se establece un
itinerario septiforme de recogimiento y expansión; de reposo y trabajo. El
domingo es una pausa de recogimiento, de reposo domiciliario, un tiempo de
reflexión para no perderse en el tránsito, en el ser para otros sin ser si
mismo. Generalmente, el tiempo de trabajo, es el tiempo ferial; el tiempo para
hacer algo, para… adquirir, arreglar, presentar, tramitar, preocuparnos y ocuparnos
de la feria…donde vendo o arriendo mis capacidades; donde compito, donde debo
postergarme y ganar lo suficiente para fuera del día de feria, fuera del
trabajo, en el domingo, en el domicilio, estar disponible para mi mismo.
Ya dijimos que no es lo más común que el trabajo
sea disponibilidad para los otros y reversiblemente para mi; pues en este caso,
se rompería la rutina. Días de fiestas y domingo, son el punto reflexivo
temporal; días para el reencuentro consigo, con los demás, con la naturaleza,
con Dios; tiempo para salir del olvido y del anonimato; tiempo para la
conversación, para atesorar y narrar lo digno de ser recordado, contado.
Espacios y tiempos que detienen la rutina para no caer en lo rutinario
La plaza: es el lugar para restaurar la vida ciudadana, interrumpir la linealidad de la calle y detenerse para habitar la ciudad o pueblo; es el espacio reflexivo de la comunidad; el lugar para el reencuentro ciudadano; para dejarse ver, saludar; para dejar de ser pasajero de la calle y hacer ciudad junto a los demás. A la plaza se vuelve periódicamente; en ella se congregan los grupos con intereses públicos comunes: escolares, universitarios, políticos, religiosos, deportivos, etc. para simplemente gozar del encuentro. Cada ciudad o pueblo tiene una plaza central desde la cual se construye y habita; sin ella, la ciudad sería tan sólo un conglomerado de domicilios. La plaza no es sólo un espacio; se viste para acoger. La vida en la plaza se muestra con todo su vigor el día domingo; en la semana sólo la buscan algunos jubilados o se detienen por algunos momentos algunos escolares.
El bar o el café: El bar o café es
el lugar para reunirse públicamente con los amigos, sin perder la privacidad;
por ello estos lugares no tienen un centro; pues su misión es dar lugar a los
rincones, a la posibilidad de arrinconarse, a generar lo que Giannini vivencia
como “pequeños universos conversatorios cerrados” y otro como “núcleos
confesionales”.
Por ello hay que saber ir
a un café a un bar; saber a qué se va y cómo, de tal forma no transgredir los
espacios ni despersonalizarlos. En el bar o en el café, el tiempo mundano se
detiene para dar espacio a un tiempo que se personaliza, se habita, se hace
íntimo… porque convivo, porque creo un ámbito de vinculación; porque volvemos a
ser nosotros, porque nos hacemos un tiempo para decir lo no dicho, expresar
nuestros sueños inconfesables al simple público, jefe, funcionario, compañero
de estudio o trabajo. Son lugares propicios para hacer confesiones; para dar
testimonio de lo vivido.
En la ruta diaria trabajo-domicilio, nos encontramos con la posibilidad de
detenernos en el café o en el bar. Pero, insistimos, que hay que saber estar,
existir en ellos; pues el hombre puede degradar su existencia en cualquier
punto de su ruta; es más, en su propio domicilio.
Importancia de la comunicación, del lenguaje, en la vida cotidiana
Cuando el diálogo que es formativo se
suplanta por el lenguaje informativo: Un diario tiene por oficio llevar la
noticia, aquello que quebranta el pasar esperado, rutinario: el accidente, la
violación en una calle o, peor, en el domicilio, la inclemencia del tiempo o la
naturaleza que inesperadamente nos deja sin domicilio. El problema es cuando la
información se tiende a volver rutinaria porque hemos perdido nuestro carácter
formativo, nuestra sensibilidad, la capacidad de asombro, de crítica, de
generar, de ideal, de valorar. ¿Es que ya no anhelamos formarnos, ser mejores;
es la información sólo como curiosidad y no como descubrimiento que busca
entender, saber, valorar?
El lenguaje meramente informativo es lineal,
no da espacio al encuentro, a la fecundidad, a la reflexión; es ferial:
vocifera; se mueve por el principio de la eficacia, busca transmitir, invadir
nuestra conciencia.
Cuando hay encuentro, respeto, la
información se entrega sin invadirlo, con amabilidad, como una propuesta o
invitación a re-crear, a re-pensar, re-plantear. Es cierto que muchos momentos
de la vida –una operación, una huida ante la avalancha intempestiva, un estado
de guerra- requieren de instrucciones dadas por quien toma el cargo y, por lo
mismo, asume la responsabilidad; el problema es cuando la información suplanta
o invade los espacios y tiempos que debían ser para el diálogo, para el
encuentro, la reflexión: domicilio, universidad, plaza, bar, templo y otros.
El diálogo suspende la rutina; incluso para
hacerla más eficaz pues el diálogo siempre es fecundo. El diálogo tiene como
condición, como requisito que existan los dialogantes, esto es, personas
únicas, que tienen una perspectiva de existencia porque existimos desde una
intimidad única que se enriquece en la convivencia reflexiva y sobrecogedora;
precisamente porque el otro me expone lo diverso; lo que yo desde mi existencia
no había captado. Para llegar al diálogo hay que quererlo; hay que convocarlo y
ser capaz de tener la apertura y la generosidad para acoger; la valentía para
gracias a ese diálogo reconocer muchas veces que mi perspectiva era errónea. El
diálogo puede ser drama o comedia; pero en todo caso me apela, me pone en
juego, me saca de lo rutinario que por anodino se vuelve muchas veces invisible
y que, anquilosado o encostrado, ya no sentimos y por ello nos hunde sin que lo
intentemos superar. El diálogo ha de regirse por el principio de verdad, de
superación.
La polémica degrada el diálogo: la
polémica surge con afán de poseer, dominar, no escuchar, sacar provecho,
abatir, derribar psicológica o físicamente. Puede se una polémica que surja
espontánea o prevista, premeditada. La polémica busca el enfrentamiento, el
encontrón, el conflicto, el culpar al otro al que ve como enemigo o
competencia. El polémico no va a dialogar, va a ganar, a salir airoso y llamar
la atención porque la polémica es bulliciosa.
La narración como observación dialógica del pasado
La narración da cuenta de algo, describe lo
que pasa. Narramos lo que ha pasado; aquello que se hace presente en el
recuerdo y lo comparto a través de la palabra. Por ello, la narración es
insustituible en el conocimiento de nuestra biografía personal y de la historia
del mundo.
Así, para comprender los actos de una persona,
necesitamos su narración de los mismos y la interpretación de sus intenciones.
Se narra la existencia que es transcurrir; siempre novedad y recuerdo; en
cambio, el conocimiento de las leyes naturales, repetitivas, inconmovibles, no
se narra sino se describe y explica en el quehacer científico. Se narra para
encontrarnos con el otro, para dialogar.
Muy distinta es la explicación científica a la
conversación: Se hace ciencia para entender lo que estudiamos y, si se dialoga
con el otro científico o estudioso, no es él foco de atención sino la realidad
en estudio.
La degradación de la vida cotidiana: un reto para
educadores.
Si la existencia cotidiana, si nuestro
domicilio y ruta se degradan, nuestra existencia cae en la degradación, en el
vértigo. Si el domicilio no es un espacio para la reflexión, si el no me acoge,
si no me asila del mundo; si con quien convivo en el domicilio no entro en
diálogo, no hay encuentro; si no soy capaz de fundar mi o nuestro hogar, caigo
en la desolación, huyo del que está allí porque lo siento ajeno y un
impedimento para ser yo. Las cosas me son ajenas, no me dicen de ni o de
nosotros: me invaden. Entonces me aburro y busco la evasión en cualquiera de
sus formas o me violento agrediendo a los que se encuentran en mi retorno
cotidiano y aparecen como obstáculo: el aborrecimiento es una forma exaltada de
aburrimiento.
Si el trabajo se transforma en un espacio que me
asfixia, que me despersonaliza y rebaja a puro medio, si no me reconoce como
persona, si a él voy como a aquello inevitable y única forma de tener lo
indispensable para subsistir o si fascinado por la avaricia o poder voy a él
como a un engranaje de eficacia sin más, al servicio de mi pasión: caigo en el
desgano que me puede llevar a la acidia, depresión, o en el vértigo del
envilecimiento que me convierte en un desalmado.
Aburrimiento, acedia, inhospitalidad,
envilecimiento expresan la degradación de la vida cotidiana, de la rutina que
se vuelve rutinaria: Domicilio, calle, bar, plaza, trabajo, escuela,
Universidad, entre otros, se vuelven inhóspitos porque el hombre se volvió
inhóspito (Humberto Giannini “La reflexión cotidiana” ED. Universitaria. Chile
1999. Pág. 69. [2] Ibíd. Pág. 78)
No hay comentarios:
Publicar un comentario