CONFUSIONES QUE DESORIENTAN LA VIDA INTELECTUAL
El hombre actual corre entre las
cosas; sin tener tiempo para detenerse ante ellas ni ante nadie; tampoco ante
sí mismo. Ad-mirar la perfección de un ser, requiere de un espíritu en paz,
capaz de amar, esto es, capaz de ir al encuentro de una realidad y acogerla sin
otro propósito que gozar de su presencia, del despliegue de su ser. Amar, entender, requieren de un ser capaz de
dar de sí mismo, dedicarse a… y no ser un mero y compulsivo usuario de
realidades que, sólo desea dominarlas, para sacar provecho, poder. Se supone que quienes se dedican al saber, en
cualquiera de sus formas, son personas amantes del universo que, por ese mismo
amor, desean descubrirlo para cooperar con su cultivo. Pero, desgraciadamente, no es así. El hombre hace proyectos y ellos son
reducidos a intereses utilitarios: dinero, poder social, político, económico,
sexual...; en fin, poder. El afán de
poder es simbolizado con el signo dinero: Se apoyan sólo las investigaciones
por las que entran divisas; se valoran las profesiones por el estatus económico
social al que dan acceso; los artistas popularizan el arte para hacerlo
vendible, los medios de comunicación vulgarizan el lenguaje, los programas
académicos exigen bibliografía sólo de los últimos años y no para estar
actualizados respecto de los avances sino porque se rebajan sus contenidos a
generalidades o datos del momento; por lo tanto, rápidamente cambiables; lo
esencial y fundamental es dejado de lado, por lo cual ya no interesa el saber
de los principios; las relaciones afectivas se saben superficiales e inseguras,
por lo que se evitan los compromisos y los “para siempre”, se cambian por los
“hasta que dure”… Toda esta situación,
surge de tres desviaciones que corroen la vida del intelectual: positivismo,
historicismo y pragmatismo.
Positivismo o materialismo
metodológico: La búsqueda de la verdad exige saber acercarse a la realidad
interrogada. Si el método o técnicas
elegidos para este acercamiento, no son adecuados a la naturaleza de esa realidad,
la verdad real quedará oculta al entendimiento.
A veces, obsesionado el científico por la perfección del método en sí
mismo, hará uso de él, aunque ello signifique que desfigurará la realidad... No
es la realidad la que debe adaptarse al método de indagación sobre ella, sino el
método debe ser el adecuado a ella. El
mejor de los microscopios no te sirve para descubrir el temor de alguien, como
tampoco te sirve medir la magnitud del llanto para saber de su pena.
Precisamente, una de las
confusiones más comunes es creer que el saber científico se define por el
método que utiliza y no por la perspectiva desde la cual investiga el universo
y por la profundidad de su conocimiento.
El positivismo o materialismo metodológico es ejemplo de esta confusión:
Reduce la realidad y la ciencia sólo al estudio de lo “observable,
cuantificable, experimentable”, porque es lo único que con ese método puede
“capturar” o “dominar” y ello es lo
material. (También es llamado positivismo, pues “possitum”, en latín,
significa: hecho o dato observable).
Historicismo o relativismo: El
científico confunde la realidad –por lo tanto, la verdad real- con el
conocimiento que él tiene de ella o con la perspectiva desde la cual la mira.
Cuando el paciente va al oftalmólogo y el médico examina sus ojos, si se trata
de un buen profesional, estará consciente de que su mirada estará captando tan
sólo un aspecto orgánico y que su indicación “Usted quedará ciego”, tendrá
distinto alcance para esa persona; dependiendo de su historia personal y
familiar, profesional y laboral, edad y estado integral de salud, situación
económica, reciedumbre moral y religiosa…
Saber que estamos observando un aspecto de la realidad; ya que cada
realidad es un todo; evitará que caigamos en la confusión propia del
relativismo que afirma “la verdad depende de cada cual” o “todo depende del
cristal con que se mire”. La verdad real
no depende de cada cual, pertenece a la realidad; distinto es decir que sólo
conocemos un aspecto de ella o que “creíamos” que algo era verdad pero,
precisamente la realidad, se encargó de demostrarnos la “falsedad de nuestro
pensamiento”. A esta confusión se le
llama historicismo porque el científico confunde la realidad verdadera con la
historia de sus aciertos y errores que son “relativos” a sus propios límites.
Pragmatismo o utilitarismo:
Prágmata significa “acción, hecho, útil”; reduce lo verdadero a lo útil y
considera que la verdad del conocimiento se encuentra precisamente en aquello
que tiene un valor práctico para la vida. El pragmatista confunde valor con
utilidad; pues para él sólo es valioso lo que le sirve para algo. Tengamos presente que valor es la real
perfección de ser de algo y que nosotros podemos, además, elevar al rango de
valioso a ciertas realidades que personalizamos. Así, por ejemplo, el escritorio en que
escribía sus poemas Gabriela Mistral o una blusa que fuera de ella, hoy son
“piezas de un museo nacional. Como
tales, no pueden ser usadas sino sólo contempladas. En cuanto las personas son tales, no pueden
ser consideradas cosas, esto es, medios que son para obtener algo que es
superior al medio. Un lapicero es un
medio que sirve para escribir; lo importante es
la finalidad del medio: escribir.
Si el lápiz no escribe, lo desechamos o vemos qué otra utilidad podemos
darle pues, por sí mismo, no lo consideramos.
Una persona puede prestar muchos servicios a una comunidad; sufre una
enfermedad que le impide seguir colaborando; por el contrario, debe ser ella
ahora atendida. Con la persona, no
podemos tener la misma mirada que con el lápiz: si no es útil, se la bota. El utilitarista, sin embargo, sólo da valor a lo útil; por ello, no
considera la búsqueda del saber por sí mismo, sino sólo en cuanto reporta beneficios
también útiles.
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